13.8.12
ADVENIMIENTO
Hubo hombres contemporáneos de la Primera Guerra Mundial (1914-18), entre ellos,
el poeta místico irlandés William Butler Yeats (1865-1939), que en su poema La
Segunda Venida (Second Coming, 1920) denunciaba, angustiado, el panorama
reinante: la anarquía que asolaba la tierra, la marejada de sangre que se alzaba
en el horizonte, el ritual con que los verdugos laceraban la inocencia, en
resumen, una clase distinta de individuos (los fascistas y los comunistas) que
iban a quedarse con el mundo.
Dando vueltas y vueltas en la espiral creciente
ya no puede el halcón oír al halconero;
todo se desmorona; el centro cede;
la mera anarquía se abate sobre el mundo,
se suelta la marea de la sangre,
y por doquieres ahogado el ritual de la inocencia;
Los mejores carecen de convicción, y los peores
están rebosantes de febril intensidad.
Ante semejante perspectiva, pesadas tinieblas llovían sobre su cabeza y sus pesadillas de guerras y desastres sólo eran vaticinios de cosas peores que revelaría, por medio de la poesía (ese lenguaje cifrado), al resto de la humanidad. Recordemos: fue testigo de la barbarie sectaria en su país, del salvajismo por razones de Estado, de etnia, de religión. Y vivía trastornado por los gyres, trágicas espirales irrefrenables que agitan la historia. Yeats falleció justo al comenzar la Segunda Guerra Mundial que desembocó en el espanto del Holocausto y de Hiroshima.
Su visión del colapso de Europa era inequívoca. No obstante, una estrella brillaba a veces en su cielo encapotado y en otro poema, Plegaria para la vejez, escribiría:
Dios me guarde de aquellos humanos pensamientos
que en la mente están solos;
aquel que canta una canción durable
la siente en lo más hondo.
De cuando a un viejo le convierte en sabio,
alabado por todos;
Ah, ¿quién soy yo que nunca pareciera,
por mi canción un loco?
Rezo – pues las palabras vacías ya se fueron
y la plegaria ha vuelto sólo-para que pueda parecer,
aún cuando viejo muera,
un hombre apasionado, loco.
Evoco estas postales poéticas porque los titulares actuales son también recurrentes relatos de caos y destrucción. Y dado que los grandes poetas son las antenas de sus sociedades y de su tiempo, imagino lo que Yeats escribiría tras recorrer las noticias que ofrece la Internet. Y lo primero que se me presenta es una imagen de advenimiento, libre de connotaciones bíblicas o devocionales. Simplemente como la venida o llegada de una época determinada o de un acontecimiento trascendental. Que podría ser un nuevo periodo histórico o el acaecer de algo o alguien muy importante. ¿Por qué? Porque estoy categóricamente convencido de que estamos atravesando un umbral, rumbo a algo irreversible.
¿Un apocalipsis? ¿Una conmoción 2012? Nada de eso. Algo más sutil, más definitivo.
En estas circunstancias hay solamente dos maneras de posicionarse: dejar que nos dominen sensaciones del tipo “fin del mundo” (con toda su caravana de datos horribles) o predisponerse a intuir detalles parciales del acontecimiento magno que se alberga entre los pliegues de la realidad actual (aunque no sean del todo nítidos).
Sabemos que estamos permanentemente sumergidos en una energía vital universal que abarca a todas las cosas y a todos los seres. Todas las células de nuestro cuerpo danzan acompañando el ritmo de sus melodías intangibles.
Todo advenimiento es un estado de transición, entre lo que uno deja de ser y lo que poco a poco va enhebrándose en su alma como un manto invisible. Una travesía permanente sin punto de partida y sin puerto de destino.
La meditación que forma parte de nuestra tarea espiritual cotidiana, es un trampolín inmaterial: saltar o no saltar (hacia lo elevado), he ahí el dilema.
Dando vueltas y vueltas en la espiral creciente
ya no puede el halcón oír al halconero;
todo se desmorona; el centro cede;
la mera anarquía se abate sobre el mundo,
se suelta la marea de la sangre,
y por doquieres ahogado el ritual de la inocencia;
Los mejores carecen de convicción, y los peores
están rebosantes de febril intensidad.
Ante semejante perspectiva, pesadas tinieblas llovían sobre su cabeza y sus pesadillas de guerras y desastres sólo eran vaticinios de cosas peores que revelaría, por medio de la poesía (ese lenguaje cifrado), al resto de la humanidad. Recordemos: fue testigo de la barbarie sectaria en su país, del salvajismo por razones de Estado, de etnia, de religión. Y vivía trastornado por los gyres, trágicas espirales irrefrenables que agitan la historia. Yeats falleció justo al comenzar la Segunda Guerra Mundial que desembocó en el espanto del Holocausto y de Hiroshima.
Su visión del colapso de Europa era inequívoca. No obstante, una estrella brillaba a veces en su cielo encapotado y en otro poema, Plegaria para la vejez, escribiría:
Dios me guarde de aquellos humanos pensamientos
que en la mente están solos;
aquel que canta una canción durable
la siente en lo más hondo.
De cuando a un viejo le convierte en sabio,
alabado por todos;
Ah, ¿quién soy yo que nunca pareciera,
por mi canción un loco?
Rezo – pues las palabras vacías ya se fueron
y la plegaria ha vuelto sólo-para que pueda parecer,
aún cuando viejo muera,
un hombre apasionado, loco.
Evoco estas postales poéticas porque los titulares actuales son también recurrentes relatos de caos y destrucción. Y dado que los grandes poetas son las antenas de sus sociedades y de su tiempo, imagino lo que Yeats escribiría tras recorrer las noticias que ofrece la Internet. Y lo primero que se me presenta es una imagen de advenimiento, libre de connotaciones bíblicas o devocionales. Simplemente como la venida o llegada de una época determinada o de un acontecimiento trascendental. Que podría ser un nuevo periodo histórico o el acaecer de algo o alguien muy importante. ¿Por qué? Porque estoy categóricamente convencido de que estamos atravesando un umbral, rumbo a algo irreversible.
¿Un apocalipsis? ¿Una conmoción 2012? Nada de eso. Algo más sutil, más definitivo.
En estas circunstancias hay solamente dos maneras de posicionarse: dejar que nos dominen sensaciones del tipo “fin del mundo” (con toda su caravana de datos horribles) o predisponerse a intuir detalles parciales del acontecimiento magno que se alberga entre los pliegues de la realidad actual (aunque no sean del todo nítidos).
Sabemos que estamos permanentemente sumergidos en una energía vital universal que abarca a todas las cosas y a todos los seres. Todas las células de nuestro cuerpo danzan acompañando el ritmo de sus melodías intangibles.
Todo advenimiento es un estado de transición, entre lo que uno deja de ser y lo que poco a poco va enhebrándose en su alma como un manto invisible. Una travesía permanente sin punto de partida y sin puerto de destino.
La meditación que forma parte de nuestra tarea espiritual cotidiana, es un trampolín inmaterial: saltar o no saltar (hacia lo elevado), he ahí el dilema.
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